jueves, 6 de noviembre de 2008

EL RITUAL DE CUERPO ENTRE LOS NACIREMA






Una nueva recomendación de lectura breve en la línea de los Papalagis por parte de la profesora de etnografía:


El ritual del cuerpo entre los Nacirema




La mayor parte de las culturas muestran una particular configuración o estilo. Un valor singular, patrón o modo de percibir el mundo pone su sello en diversas instituciones de la sociedad. Ejemplos de ello son el “machismo” en las culturas de influencia hispánica, la importancia de la “fachada” social de cada persona en la cultura japonesa y la “contaminación por las mujeres” en algunas culturas montañesas de Nueva Guinea. En este artículo, Horace Miner demuestra que las “actitudes hacia el cuerpo” tienen una penetrante influencia en muchas instituciones de la sociedad de los Nacirema.
El antropólogo social está tan familiarizado con la diversidad de modos en que se comportan distintas personas ante situaciones similares que no suele sorprenderse ni siquiera ante las más exóticas costumbres. De hecho, si todas las posibles combinaciones de comportamiento no han sido registradas en diferentes partes del mundo, el antropólogo tiende a sospechar que deben estar presentes en alguna tribu aún no descripta. Este punto ha sido destacado, por ejemplo, por Murdock (1) con relación a la organización en clanes. Bajo esta luz, las creencias y prácticas mágicas de los Nacirema presentan rasgos tan inusuales que vale describirlas como un ejemplo de los extremos a que puede llegar el comportamiento humano.
El profesor Linton (2) llamó por primera vez la atención de los antropólogos sobre los rituales de los Nacirema hace unos veinte años, pero la cultura de este pueblo es todavía poco comprendida. Son un grupo de indígenas norteamericanos que viven en el territorio situado entre los Cree canadienses, los Yaqui y los Tarahumara de México y los Caribes y Arawak de las Antillas. Poco se conoce sobre su origen, aunque la tradición sostiene que provienen del este. (3)
La cultura de los Nacirema se caracteriza por una economía de mercado altamente desarrollada que ha evolucionado en un rico hábitat natural. Mientras una gran parte del tiempo de este pueblo está dedicada a actividades económicas, una gran parte del fruto de estas labores y una gran proporción del día se dedican a la actividad ritual. El foco de esta actividad es el cuerpo humano, cuya apariencia y salud se yergue como una preocupación dominante en el ethos de este pueblo. Si bien esta preocupación no es ciertamente inusual, sus aspectos ceremoniales y la filosofía asociada son únicos.
La creencia fundamental que subyace en todo el sistema es, aparentemente, que el cuerpo humano es feo y tiene una natural tendencia a la debilidad y la enfermedad. Encarcelado en su cuerpo, el hombre tiene como única esperanza la de prevenir esa tendencia a través del uso del ritual y la ceremonia. Cada hogar cuenta con uno o más santuarios o habitaciones sagradas destinadas a tal fin. Los individuos más poderosos de la sociedad disponen de varios de estos santuarios en sus casas y, de hecho, la opulencia de una casa puede medirse por la cantidad de ámbitos rituales conque cuenta. La mayor parte de las casas están construidas con materiales arcillosos, pero las habitaciones sagradas de los más ricos llegan a tener paredes de piedra. Las familias menos pudientes imitan a las ricas aplicando placas de cerámica en las paredes de sus santuarios.
Cada familia cuenta, como mínimo, con una de estas habitaciones sagradas, pero los rituales asociados a estas últimas no son ceremonias familiares sino privadas y secretas de cada individuo. Normalmente, los ritos se discuten con los niños solamente durante su período de iniciación en los misterios. He tenido, sin embargo, oportunidad de establecer una relación de suficiente confianza con los nativos como para poder examinar estos santuarios y escuchar sus descripciones de los rituales.
El punto más importante del santuario es una caja o cofre incrustado en la pared. En este cofre se conservan numerosos amuletos y pociones mágicas, sin las cuales ningún nativo cree poder sobrevivir. Estas preparaciones se obtienen de varios practicantes especializados. Los más poderosos de estos últimos son los curanderos (4) de la tribu cuya asistencia debe retribuirse con sustanciales obsequios. No obstante ello, el curandero no provee en forma directa las pociones curativas a sus clientes; decide sólo sus ingredientes y los especifica en forma escrita en un antiguo y secreto lenguaje. Esta escritura es entendida solamente por el curandero y los herboristas, quienes a cambio de otro obsequio proveen el amuleto o brebaje requerido.
Una vez cumplido su propósito, el amuleto o poción mágica no se desecha sino que se guarda en el cofre de pociones de la habitación sagrada. Como los materiales mágicos son específicos para determinadas enfermedades, y las enfermedades reales o imaginarias de la gente son muchas, el cofre de pociones suele estar repleto de ellos. Los paquetes mágicos son tan numerosos que las personas olvidan su finalidad y temen volver a utilizarlos. Si bien los nativos son muy poco precisos sobre este punto, podemos suponer que la razón para conservar todos estos materiales mágicos obsoletos es que su presencia conjunta en el cofre de pociones, ante el cual realizan los rituales del cuerpo, protege de algún modo a los oficiantes.
Debajo de la caja de pociones hay una pequeña fuente o pila de agua. Cada día, todo miembro de la familia entra en sucesión a la habitación sagrada, inclina su cabeza ante el cofre de amuletos y pociones, mezcla distintos tipos de agua sagrada en la fuente y procede a realizar un breve rito de ablución. (5) Las aguas sagradas se obtienen del Templo del Agua de la comunidad, en el que los sacerdotes realizan elaboradas ceremonias para purificar ritualmente el líquido.
En la jerarquía de los practicantes de magia, y por debajo del curandero en prestigio, existen especialistas cuya designación puede traducirse como “hombres de la boca sagrada”. Los Nacirema tienen un horror casi patológico y una particular fascinación por la boca, cuya condición según se cree tiene influencia sobrenatural en las relaciones sociales. Creen que si no fuera por los rituales de la boca, sus dientes caerían, sus encías sangrarían, sus mandíbulas se retraerían, sus amigos los abandonarían y sus amantes los rechazarían. Creen también que existe una estrecha relación entre las características orales y morales. Por ejemplo, existe una ablución ritual de la boca de los niños que se supone mejora su fibra moral.
El ritual corporal diario desarrollado por cada persona incluye un rito de la boca. No obstante el hecho de que estas personas sean tan puntillosas respecto al cuidado de su boca, este rito incluye una práctica particularmente repulsiva para el extranjero no iniciado. Me han informado que el ritual consiste en introducirse en la boca un montoncito de pelos de cerdo, junto con algunos preparados mágicos, y moverlo en una serie altamente ritualizada de gestos.
Aparte de realizar el rito privado de la boca, la gente consulta al hombre de la boca sagrada una o dos veces al año. Estos practicantes cuentan con un impresionante conjunto de instrumentos, consistente en una variedad de ganchos, leznas, sondas y otras herramientas punzantes. El uso de estos instrumentos en los exorcismos de los males de la boca implica para los devotos someterse a torturas rituales casi increíbles. El hombre de la boca sagrada abre la boca del devoto y, usando los utensilios mencionados, aumenta el tamaño de las cavidades que las caries puedan haber causado en los dientes. Dentro de esas cavidades se colocan preparados mágicos. Si no hay cavidades que se hayan producido naturalmente en los dientes, se quitan grandes secciones de uno o más de éstos de modo de poder aplicar la sustancia sobrenatural. El carácter extremadamente sagrado y tradicional de este rito se hace evidente en el hecho de que los hombres y mujeres vuelven año tras año a ver al hombre de la boca sagrada, aún cuando sus dientes siguen deteriorándose.
Puede esperarse que, cuando se realice un profundo estudio de los Nacirema, se efectúe una cuidadosa investigación sobre la estructura de personalidad de este pueblo. Basta con ver el brillo de los ojos del hombre de la boca sagrada cuando introduce un garfio en un nervio expuesto, para sospechar que está implicada una cierta dosis de sadismo. Si esto pudiera establecerse, emergería una muy interesante pauta, porque la mayoría de la población muestra definidas tendencias sadomasoquistas. A estas se refiere el profesor Linton al describir una parte distintiva del ritual corporal diario efectuado por los hombres. Esta parte del rito incluye rasparse y lacerarse la cara con un instrumento cortante. Sólo en cuatro ocasiones, durante cada mes lunar, se llevan a cabo ritos femeninos especiales. Estos ritos lo que no tienen de frecuente lo tienen de bárbaros. Como parte de esta ceremonia, las mujeres cocinan sus cabezas en pequeños hornos durante una hora. El aspecto teoréticamente interesante es que, el que parece un pueblo predominantemente masoquista, haya desarrollado especialistas en sadismo.
En toda comunidad, cualquiera sea su tamaño, los curanderos tribales tienen un muy impresionante templo, o latipsoh. En éste llevan a cabo las más elaboradas ceremonias que se requieren para tratar a los devotos muy enfermos. Las mismas incluyen no sólo al taumaturgo sino también a un grupo permanente de sacerdotisas, que deambulan silenciosamente por las salas del templo usando vestidos y tocados característicos.
Las ceremonias latipsoh son tan crueles que llama la atención que una buena proporción de los nativos realmente enfermos que ingresan al templo logren recobrarse. Se sabe que los niños pequeños, cuyo adoctrinamiento es aún incompleto, se resisten a que los lleven al templo, porque “allí es donde se va para morir”. No obstante este hecho, los enfermos adultos no sólo suelen estar deseosos sino hasta ansiosos por sobrellevar la prolongada purificación ritual, si pueden hacer frente a sus costos. No importa cuán enfermo esté el suplicante, ni cuán grave sea la emergencia, los guardianes de muchos templos no admitirán al devoto si previamente no entrega un obsequio al custodio. Aún después de haber sobrevivido a las ceremonias, los guardianes no le permitirán al neófito retirarse si antes no les efectúa otro donativo.
El suplicante que ingresa al templo es, ante todo, completamente despojado de sus ropas. En la vida cotidiana, los Nacirema evitan la exposición del cuerpo y de sus funciones naturales. Los actos de bañarse y de excretar se llevan a cabo secretamente en la habitación sagrada, a donde se los ritualiza como parte de los ritos corporales. Al ingresar al latipsoh se produce un verdadero shock psicológico a partir de la súbita pérdida del secreto del cuerpo. Un hombre, que no ha sido visto jamás ni por su propia mujer en el acto de hacer sus necesidades, se encuentra de pronto en plena desnudez y asistido por una doncella vestal mientras realiza sus funciones naturales en un vaso sagrado. Este tipo de tratamiento ceremonial es exigido debido a que las deposiciones son utilizadas por un adivino para establecer el curso y naturaleza de la enfermedad del devoto. Las suplicantes femeninas, por su lado, ven sus cuerpos sometidos a escrutinio, manipulación y punzamientos por parte de los curanderos.
Dentro del templo, son pocos los suplicantes que están lo suficientemente bien como para yacer meramente en sus lechos. Las ceremonias diarias, al igual que los ritos del hombre de la boca sagrada, implican incomodidades y torturas. Cada amanecer, las vestales despiertan con precisión ritual a los devotos que tienen a su cargo, haciéndolos rodar sobre sus lechos de dolor mientras les realizan abluciones, en cuyos movimientos formales están altamente entrenadas. En otros momentos, insertan varillas mágicas en las bocas de los suplicantes o los fuerzan a ingerir sustancias supuestamente curativas. De tiempo en tiempo, el curandero tribal se acerca a los devotos y les clava en sus carnes agujas mágicamente tratadas. El hecho de que estas ceremonias en el templo no curen, y puedan incluso matar al neófito, no disminuye en ninguna medida la fe de la gente en los curanderos.
Queda todavía por mencionar otro tipo de practicante, conocido como le “escuchador”. Este hechicero tiene el poder de exorcizar los demonios que se aposentan en las cabezas de las personas que han sido embrujadas. Los Nacirema creen que los padres hechizan a sus propios hijos. Se sospecha que las madres infringen un tipo de daño sobre sus niños al enseñarles los rituales secretos del cuerpo. La contramagia del hechicero se destaca por su carencia de ritual. El paciente le cuenta simplemente al “escuchador” todos sus problemas y miedos, comenzando por las primeras dificultades que pueda recordar. En estos ritos de exorcismo, los Nacirema despliegan una notable memoria. No es raro que los devotos se lamenten del rechazo que sintieron siendo bebés al ser destetados, e incluso unos pocos individuos sitúan el origen de sus problemas en los efectos traumáticos de su propio nacimiento.
Para concluir, deben mencionarse algunas prácticas que tiene su base en la estética de los nativos, pero que dependen de la tenaz aversión al cuerpo y sus funciones naturales. Hay algunos rituales para hacer adelgazar a los obesos y dietas ceremoniales para engordar a las personas delgadas. Existen incluso otros ritos usados para aumentar el tamaño de los pechos de las mujeres si son pequeños, o disminuirlo si estos son grandes. La insatisfacción generalizada con la forma del pecho es simbolizada por el hecho de que su forma ideal está virtualmente fuera de toda escala humana. Unas pocas mujeres, afectadas por un casi inhumano desarrollo hipermamario, suelen lograr un buen pasar yendo simplemente de aldea en aldea, y permitiendo que los nativos las observen a cambio de un pago.
Se ha hecho ya referencia a que las funciones excretorias son ritualizadas, rutinizadas y relegadas al secreto. Las funciones reproductivas naturales son igualmente distorsionadas. La copulación constituye un tema prohibido y, en tanto acto, es programada. Se realizan esfuerzos por evitar el embarazo a través del uso de materiales mágicos o limitando las relaciones a ciertas fases de la Luna. La concepción es, en la práctica, muy poco frecuente. Al estar embarazadas, las mujeres se visten de modo de ocultar su estado. El parto tiene lugar en secreto, si amigos ni parientes que puedan asistir, y la mayoría de las mujeres no amamantan a sus hijos.
Nuestra revisión de la vida ritual de los Nacirema ha mostrado ciertamente que éstos constituyen un pueblo gobernado por la magia. Es difícil entender cómo han logrado sobrevivir tanto tiempo bajo las cargas que ellos mismos se han impuesto. Pero aun costumbres tan exóticas como estas adquieren su verdadero significado cuando se las ve desde el punto de vista expresado por Malinowski (6) cuando escribía:
“Mirando desde lejos y desde un punto de vista superior, desde los altos sitiales de nuestra desarrollada cultura, es fácil ver toda la crueldad e irrelevancia de la magia. Pero sin el poder y la guía de ésta, el hombre primitivo no podría haber superado sus dificultades prácticas como lo ha hecho, ni podría la humanidad haber avanzado hasta etapas superiores de civilización”.
[Como el lector lo habrá quizá sospechado, el artículo es una irónica descripción de los rituales mágicos de los norteamericanos actuales en torno a sus cuerpos, algo que los refleja como “un pueblo gobernado por la magia”. NACIREMA es un anagrama de AMERICAN (norteamericanos); LATIPSOH lo es de hospital. Por su parte, los ASU mencionados en nota 3 son los habitantes de U.S.A. y su RAC sagrado es su CAR (auto) sagrado. N. del T.]
Horace Miner


Body Ritual Among the Nacirema, publicado originalmente en AMERICAN ANTHROPOLOGIST, N°58, 1956. Traducción y notas: Ricardo Esandi.
Notas:George P. Murdock (1897-1983): Antropólogo estadounidense especializado en etnología comparativa, etnografía de los pueblos de África y Oceanía y teoría social. Se lo conoce, sobre todo, por haber originado la Encuesta sobre Culturas Comparadas, un proyecto del Institute of Human Relations de la Universidad de Yale, en el que se catalogó una gran cantidad de información de modo de constituir un banco de datos de las culturas humanas.
Ralph Linton (1893-1953): Antropólogo estadounidense que tuvo una marcada influencia en el desarrollo de la antropología cultural. Es conocido, principalmente, por sus estudios sobre endoculturación (aprendizaje, por parte de cada individuo, de los contenidos tradicionales, prácticas y valores de una cultura determinada). Según Linton, la cultura es más aprendida que heredada.
Recientemente, en forma paralela a estos significativos hallazgos sobre los Nacirema, se han efectuado estudios sobre otro importante grupo de indígenas norteamericanos, los Asu y sus ritos mágicos en torno a un mítico animal, el Rac sagrado. Algunos antropólogos sostienen que los Nacirema y los Asu forman parte, en realidad, de un mismo y amplio grupo étnico. (Sobre los Asu y sus ritos del Rac sagrado, puede consultarse en la Web: http://www.luisville.edu/)
Curandero tribal (Medicine man): En las sociedades primitivas, persona conocedora de las potencias mágicas de diversas sustancias (medicinas) y experta en los rituales para su administración.
Ablución: (Del latín, “abluere”: lavar) Lavado del cuerpo o de parte de éste como rito religioso.
Bronislaw Malinowski (1884-1942): Uno de los antropólogos más importantes del siglo XX, ampliamente reconocido entre los fundadores de la antropología social y asociado principalmente a estudios de campo entre los pueblos de Oceanía. Según el mismo explicó, su teoría funcionalista “insiste(...) en el principio de que, en todo tipo de civilización, cualquier costumbre, objeto material, idea o creencia cumple alguna función vital, tiene alguna finalidad específica y representa una parte indispensable de una totalidad en acción”

LOS PAPALAGI



No os perdais el libro sobre los Papalagi, un ejemplo de ensayo antropológico desde fuera, se encuentra completo en el siguiente enlace.


http://www.freaknet.org/martin/libri/Papalagi/sisabianovenia/Papalagis.htm


COMO CUBREN LOS PAPALAGI SU CARNE O
SUS NUMEROSOS TAPARRABOS Y ESTERAS

A ver si así nos enteramos que no somos el ombligo del mundo.

SHAKESPEARE EN LA SELVA


En el aprendizaje me recomienda la profesora de etnografía y técnicas de investigación esta lectura que no tiene desperdicio, un poquitín larga pero merece la pena. !Ah¡ pero antes os recomiendo que repaseis el argumento de Hamlet si no lo teneis presente.


Shakespeare en la selva *

Leo un ensayo muy divertido de la antropóloga Laura Bohannan, Shakespeare en la selva: la historia de Hamlet puede no ser tan universal como parece.

Justo antes de partir de Oxford hacia territorio Tiv, en África Occidental, mantuve una conversación en torno a la programación de la temporada en Stratford.—Vosotros los americanos—, dijo un amigo,—soléis tener problemas con Shakespeare. Después de todo, era un poeta muy inglés, y uno puede fácilmente malinterpretar lo universal cuando no ha entendido lo particular—.Yo repliqué que la naturaleza humana es bastante similar en todo el mundo; al menos, la trama y los temas de las grandes tragedias resultarían siempre claros —en todas partes—, aunque acaso algunos detalles relacionados con costumbres determinadas tuvieran que ser explicados y las dificultades de traducción pudieran provocar algunos leves cambios. Con el ánimo de cerrar una discusión que no había posibilidad de concluir, mi amigo me regaló un ejemplar de Hamlet para que lo estudiara en la selva africana: me ayudaría, según él, a elevarme mentalmente sobre el entorno primitivo, y quizá, por vía de la prolongada meditación, alcanzara yo la gracia de su interpretación correcta.Era mi segundo viaje de campo a esa tribu africana, ya me encontraba dispuesta para establecerme en una de las zonas más remotas de su territorio —un área difícil de cruzar incluso a pie—. Al final me situé en una colina que pertenecía a un anciano venerable, cabeza de una explotación doméstica de unas ciento cuarenta personas, todos ellos parientes próximos de él, o bien mujeres e hijos suyos. Al igual que otros ancianos en los alrededores, pasaba la mayor parte de su tiempo ejecutando ceremonias de las que apenas pueden verse hoy día en zonas de la tribu que son de más fácil acceso. Yo estaba encantada. Pronto vendrían tres meses de ocio y aislamiento forzosos, entre la cosecha que tiene lugar antes de la época de las crecidas y el desbroce de nuevos campos tras la retirada de las aguas. Entonces, pensaba yo, tendrían más tiempo para ejecutar ceremonias y para explicármelas a mí.Estaba muy equivocada. La mayoría de las ceremonias exigía la presencia de los hombres más viejos de varios poblados. Cuando las inundaciones comenzaron, a los ancianos les resultaba demasiado difícil ir caminando de un poblado a otro, y las ceremonias fueron cesando poco a poco. Cuando las inundaciones se hicieron intensas, toda actividad quedó paralizada, con una sola excepción. Las mujeres preparaban cerveza de mijo y maíz, y hombres, mujeres y niños se sentaban en sus colinas a beberla.Empezaban a beber al alba. A media mañana el poblado entero estaba cantando, bailando y tocando los tambores. Cuando llovía, la gente se tenía que sentar en el interior de las chozas, donde o bien bebían y cantaban, o bien bebían y contaban historias. En cualquier caso, al mediodía o antes yo ya me veía obligada a unirme a la fiesta, o si no, a retirarme a mi propia choza con mis libros.—No se discuten asuntos serios cuando hay cerveza. Ven, bebe con nosotros—. Dado que yo carecía de su capacidad para aquella espesa cerveza nativa, cada vez pasaba más y más tiempo con Hamlet. La gracia descendió sobre mí antes de que acabara el segundo mes. Estaba segura de que Hamlet tenía una sola interpretación posible, y de que ésta era universalmente obvia.Con la esperanza de tener alguna conversación seria antes de la fiesta de cerveza, solía acudir a la choza de recepciones del anciano —un círculo de postes con un techado de bardas y un murete de barro para guarecerse del viento y la lluvia—. Un día, al traspasar agachada el bajo umbral, me encontré con la mayoría de los hombres del poblado allí apiñados, con su raída vestimenta, sentados en taburetes, esteras y mecedoras, al calor de una fogata humeante al amparo de la destemplanza de la lluvia. En el medio había tres cuencos de cerveza. La fiesta había comenzado.El anciano me saludó cordialmente.—Siéntate y bebe—. Acepté una gran calabaza llena de cerveza, me serví un poco en un pequeño recipiente y lo apuré de un solo trago. Entonces serví algo más en el mismo cuenco al hombre que seguía en edad a mi anfitrión, y pasé la calabaza a un joven para que el reparto continuara. La gente importante no debe tener que servirse a sí misma. —Es mejor así—, dijo el anciano, mirándome con aprobación y quitándome del pelo una brizna de paja.—Deberías sentarte a beber con nosotros más a menudo. Tus criados me cuentan que cuando no estás en nuestra compañía, te quedas dentro de tu choza mirando un papel—.El anciano conocía cuatro tipos de—papeles—: recibos de los impuestos, recibos por el precio de la novia, recibos por gastos de cortejo, y cartas. El mensajero que le traía las cartas del jefe las usaba más que nada como emblema de su cargo, dado que siempre conocía lo que éstas decían y se lo relataba al anciano. Las cartas personales de los pocos que tenían algún pariente en puestos del gobierno o las misiones eran guardadas hasta que alguien iba a un gran mercado donde hubiera un escribano que las leyera. A partir de mi llegada, me las traían a mí. Algunos hombres también me trajeron, en privado, recibos por el precio de la novia, pidiendo que cambiara los números por sumas más altas. No venían al caso los argumentos morales, puesto que en las relaciones con la parentela política esto es juego limpio, y además resulta difícil explicar a gentes ágrafas los avatares técnicos de la falsificación. Como no quería que me creyeran tan tonta como para pasarme el día mirando sin parar papeles de esa clase, les expliqué, rápidamente que mi—papel— era una de las—cosas antiguas— de mi país. —Ah—, dijo el anciano.—Cuéntanos—.Yo repliqué que no soy una cantadora de historias. Contar historias es entre ellos un arte para el que se necesita habilidad; son muy exigentes, y la audiencia, crítica, hace oír su parecer. Me resistí en vano. Aquella mañana querían escuchar una historia mientras bebían. Me amenazaron con no contarme ni una más hasta que yo contara la mía. Finalmente, el anciano prometió que nadie criticaría mi estilo,—puesto que sabemos que estás peleando con nuestra lengua—.—Pero—, dijo uno de los de más edad,—tendrás que explicar lo que no entendamos, como hacemos nosotros cuando contamos nuestras historias—. Asentí, dándome cuenta de que allí estaba mi oportunidad de demostrar que Hamlet era universalmente comprensible.El anciano me pasó más cerveza para ayudarme en mi relato. Los hombres llenaron sus largas pipas de madera y removieron el fuego para tomar de él brasas con que encenderlas: entonces, entre satisfechas fumaradas, se sentaron a escuchar. Comencé usando el estilo apropiado:—Ayer no, ayer no, sino hace mucho tiempo, ocurrió una cosa. Una noche tres hombres estaban de vigías en las afueras del poblado del gran jefe, cuando de repente vieron que se les acercaba el que había sido su anterior jefe—. —¿Por qué no era ya su jefe?——Había muerto—, expliqué,—es por eso por lo que se asustaron y se preocuparon al verle.——Imposible—, comenzó uno de los ancianos, pasando la pipa a su vecino, quien le interrumpió.—Por supuesto que no era el jefe muerto. Era un presagio enviado por un brujo. Continúa.—Ligeramente importunada, continué.—Uno de esos tres era un hombre que sabía cosas —la traducción más cercana a estudioso— pero por desgracia también significa brujo. El segundo anciano miró al primero con cara de triunfo.—De modo que habló al jefe muerto, diciéndole: “Cuéntanos qué debemos hacer para que puedas descansar en tu tumba”, pero el jefe muerto no respondió. Se esfumó y ya no lo pudieron ver más. Entonces el hombre que sabía cosas —su nombre era Horacio— dijo que aquello era asunto para el hijo del jefe muerto, Hamlet.—Hubo un sacudir de cabezas general dentro del corro.— ¿El jefe muerto no tenía hermanos vivos? ¿O es que el hijo era jefe?— —No—, repliqué.—Esto es, tenía un hermano vivo que se convirtió en jefe cuando el hermano mayor murió—.Los ancianos murmuraron entre dientes: tales presagios son asunto para jefes y ancianos, no para jóvenes; ningún bien puede venir de hacer las cosas a espaldas del jefe; evidentemente, Horacio no era un hombre que supiera cosas. —Sí que lo era—, insistí tratando de apartar un pollo lejos de mi cerveza.—En nuestro país el hijo sucede al padre. El hermano menor del jefe muerto se había convertido en jefe, y además se había casado con la viuda de su hermano mayor tan sólo un mes después del funeral.— —Hizo bien—, exclamó radiante el anciano, y anunció a los demás,—Ya os dije que si conociéramos mejor a los europeos, encontraríamos que en realidad son como nosotros. En nuestro país—, añadió dirigiéndose a mí,—también el hermano más joven se casa con la viuda de su hermano mayor, convirtiéndose así en padre de sus hijos. Ahora bien, si tu tío, casado con tu madre viuda, es plenamente el hermano de tu padre, entonces también será un verdadero padre para ti. ¿Tenían el padre y el tío de Hamlet la misma madre?—Esta pregunta no penetró apenas en mi mente; estaba demasiado contrariada por haber dejado a uno de los elementos más importantes de Hamlet fuera de combate. Sin demasiada convicción dije que creía que tenían la misma madre, pero que no estaba segura —la historia no lo decía—. El anciano me replicó con severidad que esos detalles genealógicos cambian mucho las cosas, y que cuando volviese a casa debía de consultar sobre ello a mis mayores. A continuación llamó a voces a una de sus esposas más jóvenes para que le trajera su bolsa de piel de cabra.Determinada a salvar lo que pudiera del tema de la madre, respiré profundo y empecé de nuevo.—El hijo Hamlet estaba muy triste de que su madre se hubiera vuelto a casar tan pronto. Ella no tenía necesidad de hacerlo, y es nuestra costumbre que una viuda no tome nuevo marido hasta después de dos años de duelo—. —Dos años es demasiado—, objetó la mujer, que acababa de hacer aparición con la desgastada bolsa de piel de cabra.—¿Quién labrará tus campos mientras estés sin marido?——Hamlet—, repliqué sin pensármelo,—era lo bastante mayor como para labrar las tierras de su madre por sí mismo. Ella no precisaba volverse a casar—. Nadie parecía convencido y renuncié.—Su madre y el gran jefe dijeron a Hamlet que no estuviera triste, porque el gran jefe mismo sería un padre para él. Es más, Hamlet habría de ser el próximo jefe, y por tanto debía quedarse allí para aprender todas las cosas propias de un jefe. Hamlet aceptó quedarse, y todos los demás se marcharon a beber cerveza—.Hice una pausa, perpleja ante cómo presentar el disgustado soliloquio de Hamlet a una audiencia que se hallaba convencida de que Claudio y Gertrudis habían actuado de la mejor manera posible. Entonces uno de los más jóvenes me preguntó quién se había casado con las restantes esposas del jefe muerto. —No tenía más esposas—, le contesté. —¡Pero un gran jefe debe tener muchas esposas! ¿Cómo podría si no servir cerveza y preparar comida para todos sus invitados?—Respondí con firmeza que en nuestro país hasta los jefes tienen una sola mujer, que tienen criados que les hacen el trabajo y que pagan a éstos con el dinero de los impuestos.De nuevo replicaron que para un jefe es mejor tener muchas esposas e hijos que le ayuden a labrar sus campos y alimentar a su gente; así, todos aman a aquel jefe que da mucho y no toma nada —los impuestos son mala cosa—.Aunque estuviera de acuerdo con este último comentario, el resto formaba parte de su modo favorito de rebajar mis argumentos:—Así es como hay que hacer, y así es como lo hacemos—.Decidí saltarme el soliloquio. Ahora bien, incluso si pudiera estar bien visto el que Claudio se casara con la esposa de su hermano, aún quedaba el asunto del veneno. Estaba segura de que desaprobarían el fratricidio, de manera que continué, más esperanzada:—Esa noche Hamlet se quedó vigilando junto a los tres que habían visto a su difunto padre. El jefe muerto apareció de nuevo, y aunque los demás tuvieron miedo, Hamlet le siguió a un lugar aparte. Cuando estuvieron solos, el padre muerto habló—. —¡Los presagios no hablan!— El anciano era tajante. —El difunto padre de Hamlet no era un presagio. Al verlo podría parecer que era un presagio, pero no lo era—. Mi audiencia parecía estar tan confusa como lo estaba yo.—Era de verdad el padre muerto de Hamlet, lo que nosotros llamamos un ‘fantasma‘—. Tuve que usar la palabra inglesa, puesto que estas gentes, a diferencia de muchas de las tribus vecinas, no creían en la supervivencia de ningún aspecto individualizado de la personalidad después de la muerte. —¿Qué es un ‘fantasma’? ¿Un presagio?— —No, un ‘fantasma’ es alguien que ha muerto, pero que anda vagando y es capaz de hablar, y la gente lo puede ver y oír, aunque no tocarlo—.Ellos replicaron.—A los zombis se les puede tocar—. —¡No, no! No se trataba de un cadáver que los brujos hubieran animado para sacrificarlo y comérselo. Al padre muerto de Hamlet no lo hacía andar nadie. Andaba por sí mismo—. —Los muertos no andan—, protestó mi audiencia como un solo hombre.Yo trataba de llegar a un compromiso.—Un ‘fantasma’ es la sombra del muerto—.Pero de nuevo objetaron.—Los muertos no tienen sombra—.—En mí país sí que la tienen—, espeté.El anciano aplacó el rumor de incredulidad que inmediatamente se había levantado, y concedió con esa aquiescencia insincera, pero cortés, con que se dejan pasar las fantasías de los jóvenes, los ignorantes y los supersticiosos.—Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis—. Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz. —Sea como sea—, retomé la narración,—el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque aborrecía al hermano de su padre—. Tomé otro trago de cerveza.—En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija, pero el padre y el hermano de ella … (aquí busqué precipitadamente alguna analogía tribal) le advirtieron que no permitiera a Hamlet visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella—. —¿Por qué no?—, preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó,—Vivían en el mismo poblado—.—No era esa la razón—, les informé.—Polonio era un extranjero que vivía en el poblado porque ayudaba al jefe, no porque fuera su pariente—. —Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?— —Habría podido hacerlo—, expliqué,—pero Polonio no creía que realmente lo fuera a hacer. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe, puesto que era un hombre muy importante y en su país cada hombre sólo puede tener una esposa. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella—. —Puede que eso sea cierto—, remarcó uno de los ancianos más sagaces,—pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección más que sobrados como para compensar la diferencia. A mí Polonio me parece un insensato—. —Mucha gente piensa que lo era—, asentí.—A todo esto, Polonio envió a su hijo Laertes al lejano París, a aprender las cosas de ese país, porque allí estaba el poblado de un jefe realmente muy grande. Como Polonio tenía miedo de que Laertes se gastara el dinero en cerveza, mujeres y juego, o se metiera en peleas, mandó secretamente a París a uno de sus sirvientes para que espiara lo que hacía. Un día Hamlet abordó a Ofelia, la hija de Polonio, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad— —yo buscaba azoradamente palabras para expresar la dudosa naturaleza de la locura de Hamlet——el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba uno podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco—. Repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta.—El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad (amigos del colegio hubiera sido largo de explicar) para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba—. —¿Por qué—, preguntó una voz perpleja,—querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?— —¿Embrujarle?— —Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque—.Dejé de ser contadora de historias, saqué mi cuaderno de notas y pedí que me explicaran más sobre esas dos causas de locura. Aun cuando ellos hablaban y yo tomaba notas, traté de calcular el efecto de este nuevo factor sobre la trama. Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultan en el bosque. Sólo sus parientes por línea masculina podrían haberlo embrujado. Dejando fuera parientes no mencionados por Shakespeare, tenía que ser Claudio quien estaba intentando hacerle daño. Y, por supuesto, él era.De momento me protegí de las preguntas diciendo que el gran jefe también se negaba a creer que Hamlet estuviera loco debido simplemente al amor de Ofelia.—El estaba seguro de que algo mucho más importante estaba afligiendo el corazón de Hamlet—. —Los compañeros de edad de Hamlet—, continué,—habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que el gran jefe no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable, y de este modo podría descubrir si su difunto padre le había dicho la verdad o no—.El anciano interrumpió, con profundo ingenio,—¿Por qué habría un padre de engañar a su hijo?— —Hamlet no estaba seguro de que fuera realmente su padre muerto—, respondí evasivamente. Era imposible, en esa lengua, decir nada sobre visiones inspiradas por el demonio. —Quieres decir— exclamó,—que en realidad era un presagio, y que él sabía que a veces los brujos envían falsos presagios. Hamlet fue tonto por no acudir antes que nada a alguien versado en leer presagios y adivinar la verdad. Un hombre—que—ve—la—verdad le podría haber dicho cómo murió su padre, si realmente había sido envenenado, y si hubo en ello brujería o no la hubo; luego podría haber convocado a los ancianos para tomar una determinación— El anciano perspicaz se atrevió a disentir.—Al ser un gran jefe el hermano de su padre, un hombre—que—ve—la—verdad podría haber tenido miedo de decirla. Yo creo que es por esa razón por la que un amigo del padre de Hamlet —anciano y brujo— envió un presagio, para que así el hijo de su amigo lo supiera. ¿Era cierto el presagio? —Sí, dije, dejando de lado fantasmas y demonios; tendría por fuerza que ser un presagio enviado por un brujo.—Era cierto, por lo que cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo—.El escenario de la siguiente secuencia presentaba algunos problemas de traducción. Comencé, con prudencia.—El gran jefe pidió a la madre de Hamlet que le sonsacara lo que sabía. Mas, previendo que para una madre su hijo está siempre por encima de todo, hizo esconder al anciano Polonio tras unas telas que colgaban junto a la pared de la choza de dormir de la madre de Hamlet. Hamlet comenzó a increpar a su madre por lo que había hecho—.Hubo un asombrado murmullo por parte de todos. Un hombre nunca debe reprender a su madre. —Ella gritó asustada, y Polonio se movió tras la tela. Hamlet exclamó: ¡Una rata!’, y tomando su machete dio un tajo que la atravesó>. Aquí hice una pausa para darle efecto dramático.—¡Había matado a Polonio!—Los ancianos se miraron unos a otros con supremo disgusto.—¡Ese Polonio era realmente un necio y un ignorante! Hasta a un niño se le habría ocurrido decir: ‘¡Soy yo!‘— Con repentino dolor, recordé que estas gentes son ardientes cazadores, siempre armados de arco, flechas v machete; al primer movimiento entre la maleza hay ya una flecha lista apuntando, y el cazador grita—¡Va!—. Si no contesta voz humana inmediatamente, la flecha sigue su camino. Como cualquier buen cazador, Hamlet había gritado,—¡Una rata!—.Me lancé, a salvar la reputación de Polonio.—Polonio habló. Hamlet le había oído. Pero pensó que era el jefe, y quiso matarlo para vengar a su padre. Ya había querido hacerlo antes, esa misma tarde …—. Interrumpí la narración, incapaz de explicar a esta gente pagana, que no cree en la supervivencia individual tras la muerte, la diferencia entre bien morir rezando y morir—sin comunión, sin preparación, sin sacramentos—.Esta vez había impactado en serio a la audiencia.—Que un hombre levante su mano contra el que, siendo hermano de su padre, se ha convertido en padre para él es algo terrible. Los ancianos deberían dejar que sea embrujado un hombre semejante—.Mordisqueando perpleja mi pedazo de nuez de cola, señalé que, después de todo, era quien había matado al padre de Hamlet.—No—, sentenció el anciano, hablando menos para mí que para los jóvenes allí sentados entre los mayores.—Si el hermano de tu padre ha matado a tu padre, debes recurrir a los compañeros de edad de tu padre; son ellos quienes pueden vengarlo. Nadie puede usar la violencia contra sus parientes de más edad—. Le sobrevino otra idea.—Pero si el hermano del padre hubiera sido realmente tan infame como para embrujar a Hamlet y volverlo loco, entonces la historia es realmente buena, porque entonces él mismo sería el causante de que Hamlet, estando loco, no conservara razón alguna y estuviera dispuesto a matar al hermano de su padre—.Hubo un murmullo de aprobación. Hamlet volvía a parecerles una buena historia, pero a mí ya no se me antojaba la misma. Según pensaba en las complicaciones venideras de la trama y los temas, me iba desanimando. Decidí rozar sólo de pasada el terreno peligroso.—El gran jefe—, continué,—no sentía que Hamlet hubiera matado a Polonio. Eso le daba una razón para enviarle lejos, acompañado por sus dos infieles compañeros, con cartas para un jefe de un lejano país que, decían que debía ser asesinado. Pero Hamlet cambió lo que estaba escrito en las cartas, de forma que en su lugar mataron a éstos—. Encontré una mirada llena de reproche por parte de uno de los hombres a quienes yo había dicho que una falsificación indetectable de la escritura no sólo era inmoral, sino que estaba más allá de la habilidad humana. Miré hacia otro lado.—Antes de que Hamlet pudiera regresar, Laertes volvió para el funeral de su padre. El gran jefe le contó que Hamlet había matado a Polonio. Laertes juró matar a Hamlet por esto, y porque su hermana Ofelia, al saber que su padre había sido muerto por el hombre a quien amaba, se volvió loca y se ahogó en el río—.—¿Ya te has olvidado de lo que te hemos dicho?—, me echó en cara el anciano.—No se puede tomar venganza de un loco; Hamlet mató a Polonio en su locura. Y en cuanto a la chica, no es que simplemente se volviera loca, sino que se ahogó. Sólo la brujería puede hacer que la gente se ahogue. El agua por sí misma no hace ningún daño, es sencillamente algo que se bebe o en donde uno se baña—.Empecé a enfadarme.—Si no te gusta la historia, no sigo—.El anciano hizo unos ruidos apaciguadores y me sirvió personalmente algo más de cerveza. “Tú cuentas bien la historia, y te estamos escuchando. Pero está claro que los ancianos de tu país nunca te han explicado lo que realmente significa. ¡No, no me interrumpas! Te creemos cuando dices que vuestra forma de matrimonio y vuestras costumbres son diferentes, o vuestros vestidos y armas. Pero la gente es similar en todas partes. Allí donde sea siempre hay brujos, y somos nosotros, los ancianos, quienes sabemos cómo funciona la brujería. Te dijimos que era el gran jefe el que quería matar a Hamlet, y ahora tus propias palabras confirman que teníamos razón. ¿Qué parientes varones tenía Ofelia?——Solamente su padre y su hermano—. Hamlet claramente se me había escapado de las manos.—Tiene que haber tenido más; esto es algo que también debes preguntar a tus mayores cuando vuelvas a tu país. Por lo que nos cuentas, y dado que Polonio estaba muerto, debe haber sido Laertes quien mató a Ofelia, aunque no veo la razón—.Ya habíamos vaciado uno de los cuencos de cerveza, y los hombres discutieron el tema con un interés rayano en lo ebrio. Finalmente uno de ellos me preguntó,—¿Qué dijo a su vuelta el criado de Polonio?—Retomé con dificultad a Reinaldo y su misión.—No creo que regresara antes de la muerte de Polonio—.—Escucha—, dijo el más anciano de todos,—y te diré cómo ocurrió y cómo sigue tu historia, y tú me puedes decir si estoy en lo correcto.Polonio sabía que su hijo se metería en problemas, y efectivamente así fue. Tenía muchas multas que pagar por sus peleas, y deudas de juego. Pero sólo había dos maneras de conseguir dinero rápidamente. Una era casar a su hermana de inmediato, pero es difícil encontrar a un hombre que quiera casarse con una mujer deseada por el hijo de un jefe. Porque, si el heredero del jefe comete adulterio con tu mujer, ¿tú qué puedes hacerle? Sólo a un loco se le ocurriría plantear un pleito a alguien que puede ser quien te juzgue en el futuro. Por eso Laertes tuvo que seguir el segundo camino: matar por brujería a su hermana, ahogándola, para poder vender su cuerpo en secreto a los brujos—.Opuse una objeción.—Su cuerpo fue encontrado y enterrado. De hecho, Laertes saltó a la fosa para ver a su hermana por última vez. Por tanto, como ves, el cuerpo realmente estaba allí. Hamlet, que acababa de llegar, saltó también detrás de él—.—¿Qué os dije?— El más anciano se dirigió a los demás.—No es que Laertes estuviera tratando precisamente bien al cuerpo de su hermana. Hamlet procuró estorbarle, porque al heredero del jefe, igual que a cualquier jefe, no le gusta que ningún otro hombre se enriquezca ni se haga poderoso. Laertes se pondría furioso, porque había matado a su hermana sin sacar de ello ningún beneficio. En nuestro país, ese motivo hubiera bastado para que intentara asesinar a Hamlet. ¿Es eso lo que pasó?——Más o menos—, admití.—Cuando el gran jefe encontró que Hamlet aún vivía, animó a Laertes a que tratara de matarlo y se las apañó para que hubiera una pelea de machetes entre ellos. En la lucha ambos cayeron heridos de muerte. La madre de Hamlet bebió una cerveza envenenada que el jefe había dispuesto para Hamlet en el caso de que ganara la pelea. Cuando vio a su madre morir a causa del veneno, Hamlet, agonizando, consiguió matar al hermano de su padre con su machete—.—¿Veis? ¡Tenía razón!—, exclamó.—Era una historia muy buena—, añadió el anciano jefe,—y la has contado con muy pocos errores. Sólo había un error más, justo al final. El veneno que bebió la madre de Hamlet obviamente estaba destinado al vencedor del combate, quienquiera que fuese. Si Laertes hubiera ganado, el gran jefe lo habría envenenado para que nadie supiera que él había tramado la muerte de Hamlet. Así, además, ya no tendría que temer la brujería de Laertes; hace falta un corazón muy fuerte para matar por brujería a la propia hermana—.Envolviéndose en su raída toga, el anciano concluyó:—Alguna vez has de contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría—.


(*) Fuente: Laura Bohannan, "Shakespeare en la selva", en Lecturas de antropología social y cultural.